REQUENA EN LAS GUERRAS ENTRE MUSULMANES Y CRISTIANOS.

02.08.2024

Por Víctor Manuel Galán Tendero.

Una Península recorrida por gobernantes y guerreros en pugna, la del Cid.

En el año 1000 el poder dominante de la península Ibérica era el califato de Córdoba. Pasados cien años, los almorávides procedentes de África no sólo habían detenido el avance de los hispano-cristianos, sino que también se esforzaban en reducir a los emires andalusíes, los llamados reyes de taifas. El Islam parecía haber frenado la conquista cristiana de Al-Ándalus, justo cuando los guerreros de la primera cruzada habían conquistado Jerusalén.

Sin embargo, los reinos hispano-cristianos habían ganado en fuerza y riqueza en el siglo XI. La monarquía de Pamplona no logró mantener la hegemonía de tiempos de Sancho III el Mayor, y no sin complicaciones la monarquía de León y Castilla emergió como el poder hegemónico. Alfonso VI llegó a hacerse llamar emperador, mientras Aragón daba sólidos pasos como reino independiente y el condado de Barcelona conseguía unir bajo su poder a la mayoría de los condados catalanes. Como en el resto de la Cristiandad, el siglo XI marcó un antes y un después, pues entonces apareció la Europa conquistadora que tanto daría que hablar en la historia.

El feudalismo había forjado un poderoso grupo de guerreros profesionalizados que hicieron de la violencia su forma de vida. Disputaron con intensidad entre sí por la riqueza, la autoridad y el reconocimiento. No dudaron en atacar a los mismos eclesiásticos para apoderarse de sus bienes y vasallos, convirtiéndose en una verdadera plaga para numerosos países europeos. Los reyes podían afirmarse como príncipes, como el primero de los caballeros, si acertaban a canalizar su belicosidad en su beneficio. Las guerras civiles que destruyeron el califato de Córdoba y la división en taifas de Al-Ándalus les dio la oportunidad de vender al mejor postor sus servicios primero, y después de imponer tributo a los mismos emires andalusíes, las parias.

Por la posibilidad de cobrarlas disputaron acremente monarcas y guerreros. En el 1085 el conquistador de Toledo, Alfonso VI de León y Castilla, parecía no sólo destinado a quedarse con la mayor parte de sus provechos, sino también a emplear los tributos como medio para debilitar a las taifas hasta su conquista. Comenzaba a arraigar entonces entre los círculos dirigentes leoneses y castellanos la idea mozárabe de Reconquista, la de recuperación del reino visigodo de Hispania perdido ante los musulmanes. Al año siguiente, las tropas almorávides vencieron a las de Alfonso VI en el campo de batalla de Zalaca, o Sagrajas, y aquella ambiciones quedaron momentáneamente detenidas.

A mitad camino entre la conquistada Toledo y la codiciada Valencia, Requena pudo verse sometida antes del 1086 por las huestes de Alfonso VI. Sin embargo, fue ocupada temporalmente por uno de los señores de la guerra más célebres del siglo XI, Rodrigo Díaz de Vivar. Antes de convertirse en una leyenda, el Cid Campeador ya inspiró la Gesta Roderici Campidocti, su primera biografía. Escrita en latín, la crítica más documentada ha argumentado que fue compuesta a finales del siglo XII, casi cien años después de la muerte de Rodrigo. Se ha defendido su composición en el monasterio de Santa María de Nájera y su historicidad no ha sido puesto en duda. La obra contiene muchos elementos de gran interés para conocer la Hispania de la Plena Edad Media. Consciente de la gran cantidad de batallas en las que combatió Rodrigo, el autor sostiene que no las refiere todas. En el curso de una de sus campañas figura Requena.

En diciembre de 1086 o enero de 1087, según Ambrosio Huici Miranda, Alfonso VI se reconcilió con Rodrigo ante el peligro almorávide. Le reconoció el dominio de todas las tierras y castillos que pudiera conquistar a los musulmanes y el derecho a trasmitirlas a sus descendientes. La Gesta apunta que en el año 1089 Rodrigo cruzó el Duero al frente de sus tropas hacia Al-Ándalus, fecha que fue aceptada por Ramón Menéndez Pidal. Sin embargo, Huici Miranda defendió avanzarla al 1087 en su estudio del asedio del castillo de Aledo.

En su ruta, Rodrigo pasó por Fresno y Calamocha, donde celebró la Pascua de Pentecostés. Desde allí presionó al gobernante musulmán de Albarracín. La Gesta prosigue su relato así:

"Rodrigo marchó de allí (de Albarracín) y llegó a las cercanías de Valencia. Colocó su campamento en el valle que se llama Torres que está junto a Murviedro.

"En aquel momento el conde de Barcelona, Berenguer, acampaba con todo su ejército junto a Valencia cercándola y fortificaba Yuballa y Liria como baluartes frente a ella. Tan pronto como oyó el conde de Barcelona que se aproximaba Rodrigo el Campeador, se quedó muy temeroso, pues ambos eran adversarios.

"En cambio, los soldados del conde de Barcelona, jactándose, proferían muchas injurias y burlas de Rodrigo y amenazaban capturarle y ponerle en prisión o matarlo, lo cual no pudieron llevar a efecto después. Este comentario llegó a oídos de Rodrigo, quien por temor a su señor el rey Alfonso no quiso luchar con el conde porque era pariente del rey. El conde Berenguer, aterrado, dejó en paz Valencia y a toda prisa se dirigió a Requena, luego continuó hasta Zaragoza y por último volvió con los suyos a su tierra".

El conde de Barcelona Berenguer Ramón II, que fue acusado de asesinar a su hermano Ramón Berenguer II, había emprendido campaña para imponer tributo o parias a varios poderes del Sharq Al-Ándalus. La intervención de Rodrigo en las cercanías de Valencia frustró sus planes y determinó su retirada, que la Gesta atribuye a su temor a enfrentarse con aquél, un temor no compartido por sus guerreros. De hecho, se retiró hacia Barcelona por Requena siguiendo el camino de Zaragoza; es decir, seguiría en parte la ruta de la actual N-330, un rodeo ciertamente dilatado. Aprovechó la retirada del conde de Barcelona para afirmar su posición en el territorio:

"Rodrigo permaneció en el lugar donde había plantado sus tiendas luchando con sus enemigos en sus alrededores. Luego levantó el campamento, se fue a Valencia y acampó allí. Reinaba entonces en Valencia al-Qadir, quien al punto le envió sus legados con muchos regalos e innumerables presentes y se hizo tributario de Rodrigo. Esto mismo hizo el alcaide de Murviedro.

"Después el Campeador se marchó de allí y subió a las montañas de Alpuente, venció y saqueó su tierra. Permaneció allí no pocos días. Luego se marchó de allí y plantó su campo en Requena, donde estuvo bastante tiempo."

Siguiendo la ruta de Liria, desharía las posibles ventajas logradas por su oponente el conde de Barcelona, al que quizá intentaría cortar la retirada por otro camino. Una vez logrado el tributo de Alpuente, sede de una taifa bajo el linaje de los Banu Qasim, Rodrigo marchó hacia Requena, de cuya condición política exacta nada sabemos en firme, aunque es muy probable que entonces se encontrara en el círculo de la taifa de Valencia, una vez abatida la de Toledo.

En Requena estableció su base de operaciones en un lugar indeterminado del territorio que más tarde sería de su concejo. La identificación de Campo Arcís con la figura de Rodrigo es más una suposición de Herrero y Moral que otra cosa. No se puede descartar que se estableciera en el espacio de la Villa, donde ha pervivido la leyenda del palacio del Cid, una bonita tradición local. Si seguimos la cronología de Huici Miranda, Rodrigo estaría en Requena sobre un año, antes del asedio del castillo de Aledo por las fuerzas musulmanas coaligadas.

De las actividades de Rodrigo durante aquel tiempo nada nos dice la Gesta, que no refiere que ordenara emprender ninguna obra de fortificación, como posteriormente en la posición de la Peña Cadiella (en la sierra de Benicadell). En Requena encontraría un buen punto de aprovisionamiento para sus fuerzas y un lugar estratégico desde el que seguir la evolución de los acontecimientos de Al-Ándalus, en la ruta con la taifa de Zaragoza (tan importante para él) y entre Valencia y Toledo.

En buenas relaciones entonces con Alfonso VI, acogió con alegría su carta de petición de ayuda para que acudiera a alzar el asedio de Aledo. Con laconismo se refirió en la Gesta:

"El Campeador al punto salió de Requena y llegó a Játiva."

Emprendió un camino que más tarde seguirían requenenses como los guerreros que participaron en la comitiva de Pedro de Jérica en 1336. Requena no vuelve a aparecer en la Gesta del Campeador, que pondría su campamento en otros puntos, algo que no lamentarían los musulmanes de aquí.

En los dominios de Ibn Mardanis.

En el 1099 murió Rodrigo Díaz de Vivar, pasando a su esposa doña Jimena el señorío de Valencia. En pugna con los almorávides, lo mantuvo hasta 1102 con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III de Barcelona. Alfonso VI ordenó la retirada de las fuerzas cristianas de una Valencia que sería incendiada. El poder almorávide se afirmó en tierras de Requena en consecuencia.

Sin embargo, el imperio almorávide tampoco pudo frenar finalmente el expansionismo hispano-cristiano ni calmar el descontento andalusí. En plena crisis, tuvo también que enfrentar la hostilidad del movimiento de los almohades. A mediados del siglo XII, Al-Ándalus volvió a vivir una segunda fragmentación, la de las llamadas segundas taifas. En este momento emergió la figura de Muhammad ibn Sad ibn Mardanis, más conocido como el Rey Lobo.

El gran historiador don Rodrigo Jiménez de Rada, no muy lejano en el tiempo de él, lo consideró prudente, generoso y valiente. El príncipe de los historiadores españoles de la Edad Moderna, Jerónimo de Zurita, no titubeó en proclamarlo uno de los mejores gobernantes de los musulmanes andalusíes. En cambio los autores islámicos lo tacharon de ambicioso y cruel, trazando su semblanza el granadino Ibn al-Khatib en unos tonos muy sombríos.

El nombre de filiación (o apellido entre nosotros) ibn Mardanis ha sido interpretado como de procedencia bizantina, hijo de Mardonius, o hispano-cristiana, de Martínez o Martines. El sobrenombre de Lobo o Lope apunta en la segunda dirección. Perteneció a un recio linaje de saqaliba de Peñíscola, las gentes de ascendencia eslava de origen esclavo a las que las autoridades califales encomendaron tareas militares y de gobierno para evitar la excesiva influencia de la aristocracia hispanoárabe. Gozaron de especial protagonismo en el Oriente peninsular, el Sharq Al-Ándalus, haciéndose con el dominio de taifas como la de Denia tras la disolución del Califato de Córdoba en el 1031. Su caso es muy similar al de los mamelucos egipcios o el de los jenízaros turcos. Su padre fue el gobernador o walí de Fraga Sad ibn Muhammad ibn Mardanis, que combatió en la misma localidad en 1143 bajo las banderas del comandante almorávide Ibn Gania contra Alfonso I el Batallador, que de resultas de aquella batalla moriría poco después.

En las filas del Islam la división era un hecho. Los almohades declararon la guerra santa a los almorávides, y en 1147 alcanzaron Sevilla y en 1150 Badajoz. Mientras, los andalusíes también tomaron la iniciativa. Ibn Mardanis se hizo con el control de un importante territorio en Valencia y Murcia aprovechando sus influencias familiares y políticas. Tomó el título de emir bajo la obediencia teórica del califa de Bagdad. Luchar a la par contra los cristianos le pareció temerario en exceso, y se resignó a aceptar la toma de Tortosa por Ramón Berenguer IV y sus aliados (1147) y de Almería por Alfonso VII y los suyos el mismo año. También alcanzó pactos con varias ciudades italianas. Desde el siglo XI las expansivas comunidades urbanas de Italia habían depositado sus ambiciones en el Occidente mediterráneo. Los pisanos combatieron en Mallorca junto a las fuerzas del conde de Barcelona Ramón Berenguer III en 1114-15, y los genoveses no les fueron a la zaga. En la toma de Almería y Tortosa hicieron belicoso acto de presencia. Los genoveses pensaron conseguir anualmente 2.900 morabatinos de oro (casi 12 kilos) de su tercio de la ciudad de Tortosa, y 10.000 (casi 41) durante dos años desde junio de 1149 de Ibn Mardanis a cambio de ayudarle contra los almohades. El emprendedor mercader Guillermo Lusio de Génova negoció el tratado con el musulmán. Sin embargo, los resultados no estuvieron a la altura de las expectativas, y los ingresos no compensaron las cuantiosas deudas de sus empresas guerreras. Génova acudió a la protección del emperador Federico I Barbarroja, interesado en el dominio de Italia y enfrentado con el rey de Aragón por Provenza. El 9 de junio de 1162 se comprometió a ayudar a los genoveses ante Alfonso de Aragón en los dominios de Ibn Mardanis y de los señores islámicos de las Baleares. Consciente de su valor, Ibn Mardanis galanteó a los genoveses. Autorizó el establecimiento en Valencia y Denia de sus funduqs o depósitos mercantiles. Los comerciantes de sus dominios gozaron de salvoconductos en reciprocidad.

Ibn Mardanis aplacó al rey de Aragón y conde de Barcelona pagándole circunstancialmente tributo, las parias, cuyo cobro había beneficiado a los grandes señores cristianos desde la caída del Califato. Los aragoneses a veces enviaron a tierras andalusíes egregios cobradores como Bertrán de Castellet, acompañados de comerciantes. En noviembre de 1157 fue el qaid de Burriana junto a un séquito militar el que acudió a Aragón a pagar parte del tributo de los 100.000 mitcales de oro, unos 408 kilos dignos de las exacciones del Cid en sus dominios valencianos. La presión almohade impuso nuevos tratos. El 5 de noviembre de 1168 se comprometió a pagar a Aragón a partir del 1 de mayo siguiente 25.000 morabatinos aúreos (unos 102 kilos) durante dos anualidades. Su dinero ayudó a los aragoneses a financiar sus guerras provenzales. La pérdida de control por Ibn Mardanis de las tierras limítrofes valencianas desde aquella fecha espoleó las incursiones conquistadoras de los aragoneses por las cuencas del Guadalope, el Matarraña y el Algars, dominando de Caspe a Beceite. La disminución de los tributos de Ibn Mardanis contribuyó a reducir las reservas aúreas aragonesas. Entre 1152 y 1172 el valor del oro en relación a la plata pasó del 5´5 al 7´7.

Nuestro hombre no tuvo inconveniente en acudir a Castilla para neutralizar a Aragón, suspendiendo temporalmente el pago de tributos. Desde tiempos de Fernando I los castellanos habían mostrado sus apetencias levantinas, y el Rey Lobo era un aliado estratégico. En 1157, poco antes de la caída de Almería en manos almohades, Ibn Mardanis cedió Uclés a Alfonso VII a cambio de Alicum, cercana a Baza. Alfonso VIII prosiguió la cooperación con el andalusí. En 1167 ordenó a don Pedro Ruiz de Azagra, futuro señor de Albarracín, que le sirviera militarmente. Coincidiendo con el comentado avance aragonés, Ibn Mardanis cedió en 1169 a los castellanos las fortalezas de Vilches y Alcaraz con importantes tierras aledañas buscando su protección. En el tratado de Sahagún (4 de junio de 1170) Alfonso VIII se comprometió a que su aliado musulmán pagara a Aragón anualmente durante un lustro, a contar desde 1171, unos 40.000 morabatinos o más de 163 kilos de oro a cambio de no secundar a los almohades.

Semejantes pagos se consiguieron de los impuestos recaudados a los andalusíes. Casi dos siglos después el autor granadino Ibn al-Khatib reprocharía a Ibn Mardanis la arrogante brutalidad de sus recaudadores y el excesivo número de tributos. Junto a los impuestos sobre las personas y los bienes inmobiliarios encontramos los que recayeron sobre el comercio de pieles y de alimentos, el ganado y la trashumancia, las fiestas y las bodas. A los grupos que habitaban áreas montuosas más pobres se les impuso un tributo individual en jornadas de trabajo en servicio del emir, la sukhra o sofra/azofra. La riqueza del Sharq Al-Ándalus no evitó el deterioro de la condición social de muchos contribuyentes, que optaron por marchar a otras tierras o a aceptar de mejor grado la dominación almohade.

El sistema de poder del Rey Lobo fue realmente costoso. Dispuso de unidades militares hispanocristianas en sus campañas contra los almohades, como las comandadas por el conde de Urgel y el nieto del célebre Álvar Fáñez. Estas bien instruidas tropas le sirvieron igualmente para controlar a sus subordinados con mayor eficiencia. Ibn Mardanis no tuvo empacho en tolerar en sus ciudades barrios cristianos, provistos de su taberna. Habilitó el castillo de Cieza para una guarnición cristiana. La afluencia de guerreros, comerciantes y religiosos cristianos a Al-Ándalus nutrió el fenómeno del neomozarabismo, en palabras de Míkel de Epalza, distinto del mozarabismo anterior, de raigambre visigótica, y vinculado a la cultura de la Antigüedad Tardía. El segundo se expresó a través de nuevas lenguas romances y no mostró la actitud defensiva de sus predecesores ante el poder islámico. No representó el final de los epígonos del Imperio romano sino el alba del Occidente conquistador.

El régimen de Ibn Mardanis, como el posterior de los nasríes de Granada, alcanzó notoriedad como gran edificador de palacios, pero no de mezquitas. Erigió el alcázar de Murcia, los palacios de Dar al-Sugra en la misma ciudad y el de Pinohermoso en Játiva, y la almunia del Castillejo de Monteagudo, cuyo patio de crucero adoptó pautas orientales según Navarro Palazón.

La desarticulación del Imperio almorávide y las divisiones entre Aragón, Navarra, Castilla, León y Portugal convirtieron a Ibn Mardanis en uno de los mayores oponentes a los almohades en la Península junto a las huestes de los concejos cristianos de la frontera. A la toma de Almería respondió con vigor. Secundó a su suegro Ibn Hamusk, que se convirtió en señor de Segura, en sus ofensivas militares. Sus tropas conquistaron Jaén, atacaron Córdoba y Sevilla, y asediaron el alcázar de Granada. El dominio del añejo Camino de Aníbal se mostró esencial. El Rey Lobo acreditó ser un discípulo aventajado de Al-Mansur. Lanzó vigorosas incursiones contra sus adversarios empleando como punta de lanza a las unidades cristianas.

El progresivo agotamiento de los recursos mardanisíes favoreció claramente a los almohades, cada vez más consolidados en el Norte de África y en el Mediterráneo Occidental. Asimismo las riñas familiares debilitaron considerablemente la posición del Rey Lobo. Se peleó con Ibn Hamusk por su hija, con la que se había casado. El señor de Montornés Ibn Hilal sufrió su cólera, siendo cegado y encarcelado en Játiva. En 1162 los almohades conquistaron Jaén, y en 1165 realizaron una incursión hasta la murciana Alhama. Ibn Mardanis pasó a la defensiva. El mismo Ibn Hamusk, ahora cambiado de bando, llegó hasta Monteagudo en 1169. El corazón de sus dominios se encontró seriamente amenazado.

El Rey Lobo tuvo que recurrir a la ayuda cristiana y a la guerra de guerrillas para frenar en la medida de lo posible a sus oponentes, cada vez más numerosos. En Lorca y Elche acometió severas dificultades. El alfaquí de Alcira se alzó contra él, camino también seguido por su primo Muhammad ibn Saad en Almería y más tarde por su propio hermano Abu al-Haixais en Valencia. La fragilidad de su posición hizo aflorar la brutalidad de su carácter. En la Albufera ahogó a algunos de sus hijos. De todos modos su cólera se asemeja más a la de Enrique II de Plantagenet, cuya ira regia cobró temida fama, que a la de un simple demente. Poco antes de fallecer en marzo de 1172 recomendó a sus familiares todavía fieles a que pactaran con los almohades para conservar su posición política y social.

Rendidos los mardanisíes, el califa almohade emprendió en parte por su consejo una campaña contra las avanzadas castellanas de Huete en el verano de 1172. No tuvo el éxito deseado, y sus fuerzas retornaron por el camino de Caudete de las Fuentes y Requena tras una penosa singladura. La muerte del Rey Lobo había reabierto la expansión de aragoneses y castellanos. En febrero de 1172 don Alfonso II de Aragón acordó en Zaragoza atacar Valencia, alcanzando en mayo Játiva. En 1177 cayó Cuenca en manos de Alfonso VIII de Castilla con la ayuda aragonesa. En 1181 su portaestandarte Núño Sánchez alcanzó Requena. Se libró en el área del actual Camporrobles una reñida batalla en 1183, y al año siguiente cayó cerca de Requena en circunstancias poco claras el conde de Urgel, hombre de confianza del rey de León. La ausencia de Ibn Mardanis, en el fondo, determinó la vida andalusí hasta el 1212.

Requena, escudo del Islam.

Entre el 1145 y el 1172 los almohades lograron hacerse con el dominio de Al-Ándalus. No fue nada sencillo, pues se les opusieron potentados andalusíes y monarcas hispano-cristianos. La campaña del 1172, la del ataque a la cristiana Huete y del auxilio a la Cuenca islámica, estuvo marcada por las dificultades de aprovisionamiento.

Ibn Sahib al-Salat nos ha legado una vivaz descripción de los aprietos padecidos por las fuerzas del califa Abu Yaqub Yusuf I. Tras pasar a comienzos de agosto el puente del Agriyala Cabrial, celebraron la fiesta de los sacrificios y continuaron hasta acampar en el castillo (hisn) de Requena. Se carecían de los víveres necesarios. El ejército reemprendió con dificultad la marcha hasta Buñol, donde muchos soldados huyeron en busca de alimentos hacia Valencia. De allí llegó un convoy con harina, cebada y frutas para saciar el hambre. Los problemas logísticos debilitaban la capacidad ofensiva de los almohades, apta para frenar los ataques hispano-cristianos, particularmente tras la caída de Cuenca en manos de Alfonso VIII (1177). Los almohades llevaron a cabo una verdadera reorganización del territorio andalusí, que afectó a Requena de manera importante. Pusieron el acento en las circunscripciones establecidas alrededor de un núcleo fortificado, los amales, divididos a su vez en distritos más reducidos y dependientes de una ciudad de mayor importancia.

El literato andalusí del siglo XIII Ibn al-Abbar citó entre los amales subordinados de Valencia a Alcira, Cullera, Buñol, Liria, Alpuente, Serra, Segorbe, Jérica, Sarrión, Uixó, Burriana, Onda, Abixa u Oropesa y Requena. Los amales de Requena, Abixa, Onda y Alpuente tuvieron además la condición de min thugur Balansiya o fronteras de Valencia, espacios donde se extremaron las prevenciones militares. La vinculación entre Requena y Valencia sería reforzada bajo los almohades, ante el avance castellano por tierras conquenses. De hecho, Requena no formó parte de las dependencias judiciales de los cadíes de Valencia en tiempos de los almorávides, como si lo fueron Alpuente, Onda, Murviedro o Liria.

La autoridad del Estado islámico, el majzén, sería potenciada más allá de las obras de fortificación, pues dispondría de los medios económicos oportunos para pagar a sus servidores militares, inscritos en los correspondientes registros. Su capacidad defensiva sería visible en 1219, cuando el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada fracasó ante Requena. Su éxito, sin embargo, no fue duradero, ya que la caída de Valencia forzaría su entrega por pleitesía (con condiciones) a los castellanos.

La organización territorial de Al-Ándalus de época almohade no sería olvidada por los dirigentes hispano-cristianos, que la invocaron según sus conveniencias. Tras el estallido del levantamiento mudéjar en la Andalucía bética y el reino de Murcia (1264), los magnates de Aragón aconsejaron a Jaime I que pidiera Requena y otros puntos al apurado Alfonso X a cambio de su ayuda. El consejo cayó en saco roto, la Corona de Aragón no consiguió hacerse con Requena en el siglo XIV y el nuevo concejo castellano se consolidó con fuerza.

El poder de la Iglesia y la caída de Requena en manos cristianas.

A comienzos del siglo XIII, bajo el enérgico Inocencio III, el Pontificado hizo sentir su autoridad sobre los poderes civiles de la Cristiandad y desplegó una intensa actividad cruzada contra sus rivales y disidentes. Los reyes de Castilla, como el entonces joven Fernando III, tuvieron que acomodarse a ello en un momento político especialmente delicado tras la muerte en 1217, con apenas trece años, de Enrique I, tío del anterior. No obstante, la cooperación de los prelados era de singular importancia para el poder real al ofrecer consejeros y administradores experimentados e importantes aportaciones económicas, nada desdeñables en las campañas contra los musulmanes.

Los prelados eran generalmente de extracción aristocrática, como don Gonzalo Ibáñez, que fue obispo de Cuenca entre 1236 y 1246. Su presencia se hizo visible en la vida pública castellana. En 1236 se encontró en la solemne consagración como catedral de la gran mezquita de Córdoba, encabezada por el canciller mayor, el obispo de Osma. No en vano, don Gonzalo, de origen toledano, procedía de uno de los linajes más destacados de la ciudad de Toledo, el de los Palomeques, que algunos autores suponen de raigambre mozárabe.

Su actuación al frente de la sede conquense no se puede tachar precisamente de ociosa. Confirmó en 1239 la concordia entre el concejo de la entonces poderosa y expansiva Segovia y la más modesta villa de Madrid, rivales por cuestiones de términos en aquel tiempo. En calidad de servidor del monarca, actuó en la confirmación del privilegio de otorgamiento a Baeza de ciertas aldeas en 1243. Junto a su cabildo, otorgó diezmos en 1244 al convento de Uclés de la orden de Santiago. Supo deslindar las atribuciones del tesorero y del obrero de la catedral de Cuenca, beneficiada con la mitad de las tercias reales de Cuenca y su tierra por diez años. Fernando III lo premió por sus servicios con la suculenta donación de cuatro ruedas de aceña en el Guadalquivir, extensible a sus sucesores. Indiscutiblemente, le tuvo aprecio al prelado, que no solo destacó en las tareas de la repoblación y organización del territorio.

Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), el potente imperio almohade comenzó a evidenciar signos de crisis. Este importante fracaso militar desacreditó un régimen que había exigido un intenso esfuerzo tributario de los andalusíes. Las luchas por el poder dentro de la dinastía y las ambiciones de los poderosos locales le dieron la puntilla. Antes de sus grandes conquistas béticas, Fernando III dirigió sus ambiciones hacia tierras valencianas. En 1223 ordenó a las huestes de Cuenca, Huete, Alarcón y Moya emprender una cabalgada contra territorio valenciano, del que salieron triunfantes con gran botín tras talar varios campos, actividad muy propia de la frontera.

En Valencia y su área de influencia gobernaba Zayd Abu Zayd, que se había apartado de la obediencia al califa almohade. El monarca castellano quiso aprovecharse de la situación y en 1224 volvió a proyectar una nueva expedición, de la que tuvo noticia el musulmán. Su primo Al-Bayyasi le recomendó que rindiera pleitesía al castellano. Esta actitud no pasó desapercibida a los aragoneses, que por el tratado de Cazorla de 1179 tenían derecho a conquistar el territorio valenciano. Enviaron sus embajadores por Soria y al final Zayd entró en el vasallaje de Jaime I en 1229. Lo auxilió en sus campañas valencianas y en 1236 se convirtió al cristianismo con una destacada posición.

El susodicho tratado no aclaraba los límites occidentales exactos de la Valencia a conquistar por los aragoneses, lo que permitió que en 1238 se ganara Requena por Castilla, si damos por válida la noticia de los jueces de Cuenca de tiempos de Domingo Juanes de Embit. Como es bien sabido, en 1219 el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada intentó conquistarla sin éxito, prueba de la fortaleza de la Requena islámica. Con frecuencia se ha supuesto la intervención del obispo Gonzalo Ibáñez por parte de historiadores como Mateo López o Trifón Muñoz, lo que no es imposible pero no del todo seguro, pese a la fama del obispo como martillo de musulmanes. Al fin y al cabo, tanto el obispado de Cuenca como la Orden de Santiago, en estrechas relaciones con la mitra conquense, manifestaron un gran interés por la suerte de las tierras valencianas, de tanta importancia para su proyección geográfica, humana y económica.

Entre 1238 y 1257, año en que se concedió la carta puebla, Requena viviría una situación de transición que no conocemos apenas en sus detalles. Del análisis de la citada carta se desprende que los musulmanes conservaron sus heredamientos tras la rendición y que no tuvieron que convivir con una nutrida población cristiana, reducida a una guarnición durante aquellos años. Ello nos indicaría que Requena se rindió por pleitesía o pacto a los castellanos, coincidiendo con el hundimiento del poder islámico en la ciudad de Valencia y sus alrededores. De participar, el señor obispo haría gala de sus dotes diplomáticas, bien probadas en la vida cortesana.

Don Gonzalo Ibáñez murió en Cuenca en 1246 y se le sepultó en medio del coro antiguo de la catedral. Hoy a los requenenses nos complace pensar, con todas las reservas, que la figura episcopal representada en las recuperadas pinturas del templo de San Nicolás es la suya, al menos para intentar poner imagen y nombre a algunos de los que protagonizaron aquel extraordinario momento histórico.

El final del Islam en Requena.

La palaba mudéjar procede del árabe mudayyan o persona que prefería permanecer en su tierra, aunque sometida a los cristianos impositores de ciertas obligaciones y tributos. El arte mudéjar sería el realizado por artífices musulmanes en territorio cristiano adoptando elementos decorativos y constructivos islámicos, como los Reales Alcázares de Sevilla o las celebérrimas torres turolenses. Los historiadores también han convenido en llamar mudéjares a los musulmanes que a lo largo de la Edad Media hispana aceptaron la Sicilia normanda y en los Estados cruzados de Tierra Santa. Los intelectuales islamitas recomendaron mayoritariamente la marcha a áreas musulmanas de todos aquellos que conocieran tal circunstancia para evitar humillaciones. En cambio, la documentación coetánea empleó con naturalidad los términos de moro y sarraceno para referirse a ellos.

No todos los islamitas dispusieron de los medios, las amistades y las ganas de trocar su tierra por otra, aprovechándose de ello los potentados cristianos para contar con trabajadores y tributarios. Según Ibn al-Kardabus, Alfonso VI ofreció a los musulmanes de Zaragoza un trato fiscal más benévolo que el de sus gobernantes a cambio de su rendición. La conquista cristiana de Al-Ándalus fue facilitada por el intenso descontento de importantes capas de su población ante los elevados tributos impuestos por las taifasy los imperios almorávide y almohade, tachados de contrarios a la legalidad coránica.

La frontera no siempre atrajo el número suficiente de pobladores capaz de asegurar las tierras recién conquistadas. Caballeros y peones a la búsqueda de botín y concesiones de bienes inmuebles, que no siempre resultaron de su satisfacción, formaron compañías para ganar fortuna, emprendiendo frecuentemente una nueva singladura que dejó desamparado al flamante concejo de turno. En tales circunstancias, los mudéjares a explotar eran un aliciente para formalizar los otorgamientos, y un medio para evitar la caída de las rentas reales. No en vano los mudéjares fueron declarados patrimonio del rey, que encarnó la superioridad del cristianismo sobre el islam y que a veces tuvo a bien cederlos a uno de sus magnates.

Más que el modelo islámico de la protección dispensada a cristianos y judíos, la más pragmática necesidad puso en pie el mudejarismo. Los moros no fueron otra cosa que un mal menor, tolerable a regañadientes mientras proporcionaron lo deseado. La pretensión de finalizar las campañas con las menores pérdidas militares posibles auspició las negociaciones de rendición y los acuerdos de pleitesía, que permitieron a muchas comunidades musulmanas conservar sus usos y costumbres. La tolerancia y la liberalidad de la España de las Tres Culturas son una idealización de los historiadores que deploraron el carácter fratricida de nuestro sangriento siglo XX.

Cuando se presentó la oportunidad no se dudó en alterar los términos del acuerdo o en expulsar a los musulmanes. Es falso oponer la intransigencia castellana a la tolerancia aragonesa, máxime si se tiene presente la cruel conquista de Menorca por Alfonso el Franco. El menosprecio hacia los islamitas fue compartido por todos los cristianos coetáneos, distinguiéndose más bien grados de intolerancia. Evidentemente los potentados sin vasallos mudéjares o los concejos carentes de morería vecinos a localidades sarracenas se mostraron más intransigentes, suavizándola todos aquellos que compartieron un interés común. La intensa crisis bajomedieval tuvo efectos contradictorios sobre el mudejarismo hispánico, haciéndolo puntualmente apetecible y removiendo los odios a la par. La tímida imbricación entre moros y cristianos careció de fuerza para evitar que al desarrollarse plenamente la sociedad de los primeros en los siglos XV y XVI contemplara como una anomalía la presencia islamita, erradicada en suelo peninsular a raíz de las expulsiones de 1609-11.

A diferencia de lo que sucede con otras localidades españolas, no sabemos a ciencia cierta el año exacto en que se tomó Requena. En el otorgamiento alfonsí de 1268 se sostiene que Alfonso VIII la dio y la otorgó Fernando III, que quizá signifique que la donación del primero se hiciera efectiva bajo el segundo, en cuyo reinado Requena pasó a dominio castellano en fecha insegura, gracias a los oficios del obispo de Cuenca. Ya posteriormente, el 4 de agosto de 1257, Alfonso X concedió la Carta Puebla, que estableció en el alcázar requenense un contingente de caballeros y peones. Se les autorizó expresamente a comprar heredamientos a los moros que desearan vender sin forzarlos ni apremiarlos, lo que supone que los musulmanes se habían rendido por acuerdo de pleitesía, ya que de otra manera no hubieran dispuesto de semejantes bienes inmuebles.

Hemos de suponer que entre la conquista y el 1257 los musulmanes contaron con autoridades propias, de las que no nos ha llegado ninguna noticia por el momento. Si seguimos lo estipulado en el convenio de Alcaraz (1243) entre Castilla y los huditas de Murcia, los islamitas deberían de acatar la autoridad superior del monarca castellano, entregar las principales fortalezas y pagar la mitad de las rentas, lo que supondría sustraer la alcaidía de manos musulmanas y de confiar la recaudación al alamín bajo la supervisión de los varones de mayor prestigio. En tal supuesto existiría en los primeros años de la dominación cristiana una aljamasimilar a la que documentamos posteriormente en puntos como el Valle de Ayora o Buñol.

En 1257 Alfonso X el Sabio manifestó con claridad su deseo de impulsar la repoblación y la cristianización del reino de Murcia, cuando también albergaba el deseo de conquistar el África islámica. En premio de la ayuda en la toma del castillo norteafricano de Tagunt, el concejo de Alicante obtuvo privilegios comerciales. Obligó al rey vasallo murciano Muhammad ibn Hud a aprobar el repartimiento de Las Condominas por caballerías y peonías entre los cristianos del concejo de Murcia la Nueva. Ubicada en las rutas que enlazaban Toledo con Murcia, Cartagena y Alicante, Requena también mereció su atención. El hecho de repartir inmuebles alrededor del alcázar no tuvo otra consecuencia que desarticular el núcleo de la Requena islámica, de la que todavía no conocemos realmente su área periurbana y zonas aledañas. A primera vista su estructura parece muy diferente de la del Valle de Ayora, que se organizó en diferentes comunidades como las de Ayora, Cofrentes, Jarafuel, Zarra o Teresa-Palaciolos.

Ante las muestras de arte mudéjar de la ermita de San Sebastián en el barrio de las Peñas, se ha supuesto que allí ubicaron su morería los musulmanes desplazados. Lo cierto es que este planteamiento tan sugerente carece de momento de base documental, pues en la Castilla de fines del siglo XIII y de todo el XIV no se menciona ninguna aljama ni morería en Requena. A nuestro entender la gran insurrección mudéjar de 1264-6, finalmente fracasada, remató el proceso de expulsión iniciado con cierta benignidad en 1257. En 1268 los pobladores cristianos ya pudieron disponer sin trabas de las tierras del término, alentando Alfonso X el fortalecimiento del grupo caballeresco, operación que quiso repetir en la vecina Ayora en 1271. Evidentemente la ausencia de una aljama mudéjar no impidió la llegada puntual de moros a Requena para realizar ciertas tareas o cumplir determinadas misiones.

En 1276 Al-Ándalus se reducía al emirato de Granada, teórico vasallo de Castilla, pero el espíritu de la guerra santa aún ardía entre los musulmanes y los cristianos hispánicos. Los granadinos y las comunidades mudéjares de la Corona de Aragón ansiaron liberarse de su sumisión, y los cristianos de la frontera trataron de capear los sinsabores de los años de la colonización con nuevos botines, que potenciaban su arrojado estilo de vida, bien plasmado en el fuero de Cuenca. Tras el hundimiento de los almohades, los benimerines se aprestaron a empuñar su cetro en el Norte de África, cruzando el Estrecho y convirtiendo Granada en cabeza de puente de una nueva gran irrupción islámica. Pronto el vecino reino de Valencia se vio desgarrado por la lucha, que determinó a un anciano Jaime I a acudir al campo de batalla del Mediodía poco antes de fallecer. En 1276 su hijo y sucesor don Pedro comunicó el estado de tregua de los moros valencianos a una Requena con vivos deseos de entrar en combate. Las circunstancias hicieron que la advertencia cayera en saco roto, y las huestes requenenses atacaron a los moros de Chulilla. Alfonso X les obligó a devolver personas capturadas y objetos tomados, pero el 10 de abril de 1277 Pedro III de Aragón todavía los apremió a que resolvieran las querellas derivadas con sus súbditos.

El derecho de guerra de la época diferenció entre el moro de paz y el de guerra, susceptible de apresamiento y cautiverio el segundo por haber roto (o no haber suscrito) los acuerdos y las treguas con un monarca cristiano, que facultaría a sus súbditos a proceder contra el rebelde, percibiendo el quinto de los beneficios de su venta. La sociedad feudal no le hizo ascos precisamente a la esclavitud, pese a que no fuera como en época del Alto Imperio romano el fundamento social de su estructura económica. El desarrollo de la vida urbana y el creciente gusto por los lujos aumentó el número de esclavos en la Cristiandad del siglo XIII, especialmente en la mercantil Italia y en la conquistadora Hispania, fortaleciéndose con la crisis de la Baja Edad Media y ganando prodigiosamente en extensión territorial de la mano de la expansión ultramarina de portugueses y castellanos.

Guerrera y comerciante, la entonces villa de Requena no se mantuvo ajena al tráfico esclavista de moros declarados de buena guerra o de cautiverio lícito. No conocemos la cifra exacta de esclavos musulmanes en Requena, aunque no parece a priori muy abultada, formando parte del servicio doméstico de hombres de fortuna. A diferencia de los portugueses del 1500, los requenenses del 1280 no capturaron a sus presas en lejanas tierras de geografía no bien conocida, sino en las cercanas aljamas de la Corona de Aragón, origen de no pocos problemas. En 1281 el justicia de Daroca desposeyó a Domingo López de Requena de su sarraceno a instancias de la aljama de aquella localidad aragonesa. Los musulmanes muchas veces se mostraron dispuestos a ayudar a sus correligionarios cautivos, esgrimiendo que habían sido víctimas de un apresamiento injusto al ser considerados torticeramente de guerra. Estos pleitos incentivaron la venta de los esclavos más allá de nuestra villa, así como la preferencia de los castellanos y de los valencianos coetáneos por los cautivos granadinos y norteafricanos.

Las relaciones entre Requena y las comunidades mudéjares del reino de Valencia, pese a puntuales momentos de cooperación, estuvieron marcadas por la desconfianza en los siglos XIV y XV por razones religiosas y de pertenencia política (Castilla y Aragón sostuvieron guerras formidables en aquella época). Los litigios vecinales por aprovechamiento de bienes de los términos municipales añadieron acritud a esta frontera.

En noviembre de 1306 los requenenses no tuvieron empacho en atacar las colmenas y el ganado paciente en su término de los musulmanes de Montserrat de don Pedro Jiménez de Tierga, pese a las garantías de protección otorgadas. En represalia los moros de Dos Aguas dañaron en diciembre los bienes del requenense Pedro Martínez el Abad, uno de los implicados en el ataque anterior. La apicultura mudéjar originó espinosos pleitos más de una vez, y en marzo de 1313 el requenense Sancho de Mizlata atacó las colmenas de los sarracenos de Buñol en nuestro término. Por aquel año la Buñol mudéjar pasó por una situación difícil, mereciendo la protección expresa del rey de Aragón, que advirtió a Requena, Sot y Chiva al respecto, así como al baile general del Reino de Valencia (el gran administrador del patrimonio real) de que no permitiera en su castillo taberna y panadería para no perjudicar a los atribulados musulmanes. Ciertamente las medidas se mostraron eficaces, ya que en 1348 tanto Chiva como Buñol fueron bien capaces de aprestar compañías sarracenas, poco tranquilizadoras para los requenenses.

Hacia 1350 la extensa tierra de Requena careció de auténtica vida mudéjar, mas se encontró rodeada de comunidades mudéjares por los tramos de Ayora y Cortes, los Serranos y la hoya de Buñol, lo que moderó y tensionó a la par sus complejas relaciones con la ciudad de Valencia. El último gran acto de colaboración contra el Islam entre Requena y Valencia tuvo lugar durante la guerra de Cortes, finalizada con dificultad en 1611 y consignada de forma escueta por Pedro Domínguez de la Coba más tarde. Pese a que el fuero de Cuenca dispensó a los moros un trato más humano que otras legislaciones locales en materia fiscal y penal, los musulmanes prefirieron vivir al resguardo de su Sunna y de su Sharia, en una aljama capaz de preservar sus señas de identidad según los parámetros de las sociedades medievales. Tras el cortocircuito del mudejarismo local hacia 1264-66, la recreación de una aljama en Requena se mostró tarea en exceso titánica, reduciendo a los sarracenos a mero latiguillo de la nomenclatura fiscal (los pechos de moros e judíos) y a gentes de paso.

Las huestes de Requena y las guerras contra los musulmanes en la Península.

Las grandes conquistas del siglo XIII no pusieron fin a la presencia islámica en la Península, pues junto a las comunidades mudéjares se sumó el emirato de Granada, que distó de ser un Estado fallido durante décadas. Captó las simpatías de numerosos mudéjares (con vínculos familiares y de negocios con las tierras granadinas), se alió a veces con los benimerines, jugó con las divisiones que fracturaban los reinos hispano-cristianos y lanzó contundentes incursiones fronterizas desde la Baja Andalucía a Murcia, adentrándose a veces en tierras valencianas. Los requenenses sirvieron militarmente contra los granadinos, destacando ballesteros al gran asedio de Algeciras (1342-44). También estuvieron presentes en la guerra de conquista emprendida por doña Isabel y don Fernando.

Al principio el conflicto siguió pautas anteriores, más propias del siglo XV que del XVI en ciernes, lo que no ahorró problemas en la retaguardia, pues las campañas contra los nazaríes habían soliviantado a parte de los mudéjares valencianos. Se ha sugerido que contemplaban al sultán de la Alhambra como su verdadero señor, pese a su obediencia teórica a un monarca cristiano. Pese a todo, no estalló ninguna gran insurrección mudéjar en el vecino reino de Valencia, ya que las minorías rectoras de sus aljamas musulmanas temieron perder mucho, pero sí se produjeron incidentes preocupantes. En 1485 los mudéjares de Buñol delinquieron en el camino entre Siete Aguas y Requena, de lo que se quejó el concejo al barón de los mismos Honorat Berenguer Mercader. A la altura de 1485, sin embargo, la guerra experimentó un giro favorable a las armas de los reyes por las divisiones en la familia nazarí, pero para llevarla a buen puerto se necesitaron importantes recursos y una dirección firme. El 15 de noviembre de 1486 se convocó a todos los caballeros e hidalgos de Castilla a que acudieran a hacer armas contra los granadinos al año siguiente. Los requenenses, con el concurso de los caballeros, enviaron en campaña un contingente de 130 hombres, que ascendería a los 200 en 1488.

En 1492 terminó el emirato de Granada, pero no las luchas entre cristianos y musulmanes hispanos. Las fuerzas municipales de Requena también hicieron armas contra los mudéjares valencianos obligados a convertirse al cristianismo por los agermanados, cuando en 1525 se dieron por válidos los actos de conversión forzosa. Se dio a escoger a los musulmanes entre la aceptación de la nueva fe o el exilio, rompiéndose abruptamente los anteriores acuerdos con la monarquía. Una importante rebelión comenzó en Benaguacil. Los musulmanes de la fortaleza de la sierra de Espadán siguieron el ejemplo y el 28 de marzo de 1526 derrotaron con dureza a las fuerzas comandadas por el duque de Segorbe. También los de Cortes de Pallás se alzaron y por aquellos días emboscaron y mataron a su barón y a varios hidalgos, como Lope Zapata o Martín Pedrón, que habían salido de Requena para instarlos a conformarse con su nueva suerte

Al igual que durante las Comunidades y las Germanías el monarca recurrió a las fuerzas de sus fieles, como las de las huestes municipales, que en este caso todavía actuaron como un verdadero ejército interior ad hoc. Tal estado de alarma auspició que se tomaran medidas de fronterao de tierra amenazada por un enemigo del rey y del reino. El 31 de mayo de 1526 el concejo de Requena y el cabildo de los caballeros de la nómina aprobaron que los integrantes del segundo se apercibieran para la lucha y pusieran en orden sus armas y corceles. El resto de vecinos, incluyendo cincuenta de la aún entonces aldea de Mira, se distribuyeron en cuadrillas. Al domingo siguiente deberían de pasar el alarde, se ordenó retornar a todos los vecinos ausentes y se prohibió bajo pena de 5.000 maravedíes salir sin la licencia del teniente de corregidor. De hecho, el corregidor González de Mendoza no se personó en tan delicadas circunstancias. Se supo que unos 600 musulmanes llegaron desde Espadán a Cortes, lo que podía agravar bastante la situación. En la primera los rebeldes solo habían sido reducidos por la intervención sin ambages de los lansquenetes alemanes y en la abrupta tierra de Cortes podía darse una situación similar o incluso peor. La mano izquierda del gobernador valenciano y la presión militar calculada consiguieron aniquilar la rebelión aquí sin mayores complicaciones. Con el enemigo a las puertas se entiende que Juan de Pasamante fuera enviado a la Corte para suavizar en lo posible las aristas del requerimiento de 500 soldados por el emperador.

El propio Carlos V, que en el mismo año de 1526 ordenó a Pedro Machuca iniciar las obras de su palacio en la Alhambra, se mostró dispuesto a ofrecer un trato más clemente a los nuevos conversos y les dio una moratoria de cuarenta años para que fueran abandonando su idioma, indumentaria y otros cultemas por los de los cristianos viejos. Sin embargo, se sostuvo la guerra contra los otomanos y sus protegidos norteafricanos con energías variables. En 1534 Barbarroja, que había ayudado a los musulmanes alzados, ocupó La Goleta y Túnez y depuso al vasallo del emperador Muley Hassan. Carlos V las recuperó al año siguiente tras una campaña brillante. No tenemos noticia de la participación de requenenses en aquellas jornadas africanas, que tantas fuerzas pusieron en acción, como en la guerra contra Francia de 1536 a 1538.

Los problemas con los moriscos prosiguieron en los años siguientes. Los caballeros de la sierra de Requena tuvieron roces con los moriscos de Cofrentes en el curso de una visita de mojones, que en enero de 1544 se le notificaron al conde de Oliva, señor de aquéllos. Aun así se consideró oportuno tener en condiciones a la fuerza de caballería local por antonomasia, la de los caballeros de la nómina. El 29 de septiembre de 1545 el nuevo ayuntamiento de regidores perpetuos instó a que formaran parte de su cabildo todos los que contaran con caballo y armas, algo que ya no interesaba a varios poderosos locales. Subió el estado de tensión cuando el 8 de septiembre de 1546 se conoció que los moriscos habían capturado a dos hombres de Siete Aguas para llevarlos a Cortes. El concejo se reunió con Jerónimo Pedrón, mayordomo de los de la nómina, y los caballeros Pedro García Cuadra y Sebastián Comas. Se decidió enviar a seis peones con arcabuces y ballestas por el término para dar aviso, mientras los caballeros se mantenían prudentemente apercibidos.

Castilla se puso en estado de alarma entre 1568 y 1571 con la sangrienta guerra de las Alpujarras, en la que se volvió a temer la ayuda turca a los moriscos. El reino de Valencia fue puesto en alerta militar y los concejos cercanos al reino de Granada volvieron a movilizar a sus huestes. Los caballeros de Villena presumieron de su participación en los combates en su Relación topográfica, que por desgracia no conservamos para Requena. No pocos moriscos cayeron esclavizados antes de su traslado al interior castellano. El rey llegó a prohibir su venta a particulares y prefirió enviarlos a remar en las galeras. De toda aquella atmósfera participaría una Requena atareada en disponer sus fuerzas y atenta al peligro fronterizo una vez más. También es seguro que celebrara con solemnes procesiones la victoria en Lepanto, como las que se hicieron en la cercana Toledo y en la lejana Nueva España en la primavera de 1572.

Durante las alteraciones de Aragón (1591), las autoridades reales pidieron a Requena que socorrieran a los turolenses. De nada sirvió que los requenenses invocaran su condición fronteriza con los moriscos valencianos, impacientes según ellos para aprovechar su marcha: tuvieron que aprestar su bandera, comprar ocho arrobas de pólvora y nombrar a Cristóbal Zapata de Espejo y a Gaspar Zapata capitán y alférez respectivamente de su fuerza.

El temor a los moriscos no fue una mera excusa y resultó bien real para aquellos vecinos, aquejados a veces de una verdadera psicosis. El 22 de abril de 1602 el virrey de Valencia pidió ayuda a las ciudades de Cuenca y Chinchilla y a la villa de San Clemente ante la aparición en la costa de Alicante de una armada inglesa. El almirante Leveson tenía instrucciones de entorpecer los movimientos de tropas españolas, descargar golpes y capturar la flota indiana de la plata. Al situarse a las puertas de una Valencia apercibida para el combate, se estimó muy oportuno que la Requena limítrofe con los moriscos echara bando con cajas para que todos los vecinos alistados acudieran ante sus cabos de escuadra en un máximo de dos días, que a su vez tenían que presentarse ante el alcalde mayor y el alférez con la memoria de las armas municipales bajo pena de mil maravedíes.

La expulsión de los moriscos valencianos determinó la participación requenense en la llamada guerra de Cortes. El 20 de octubre de 1609 los reacios a ser expatriados se hicieron fuertes en la muela de Cortes, enardecidos por las profecías del alfaquí Amira, que pintó con negros colores el estado de fuerzas de la Monarquía. Escogieron por rey al rico morisco de Catadau Turigi y se organizaron militarmente al estilo español en la medida de sus posibilidades. Requena y Utiel alzaron trescientos hombres encargados de auxiliar a las fuerzas reales profesionales, que convirtieron Játiva en su plaza de armas. El 25 de noviembre las conversaciones de capitulación se fueron a pique ante los excesos de la soldadesca y las partidas moriscas actuaron más allá de la ejecución de Turigi en Valencia el 14 de diciembre. El historiador Escolano tildó las acciones de las milicias cristianas de incursiones de saqueo o a la pecorea. En una de éstas cayeron veinte requenenses contra los moriscos acogidos en una cueva de la sierra de Martés, terminando con ellos toda una época.

Fuentes documentales archivísticas.

ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

Real Cancillería. Reg. 39 (ff. 162v y 184v), Reg. 49 (f. 77r), Reg. 139 (ff. 86v-87r y 95r), y Reg. 152 (ff. 281v-282r).

ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA.

Pergaminos I. Carta Puebla.

Libro de Privilegios de la Ciudad de Requena de 1790. Privilegio nº. 7 (6143/7).

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