REQUENA DESEA LA PAZ A LA SOMBRA DEL PRONUNCIAMIENTO DE SAGUNTO.
Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Una España enfrentada consigo misma.
La agitación política conmovió la vida española durante gran parte del siglo XIX. Ni la nueva monarquía de Amadeo I ni la I República consiguieron traer la paz y la estabilidad. En 1873 se combatía no sólo entre carlistas y liberales nuevamente, sino también entre los propios republicanos a sangre y fuego. También en la lejana Cuba se luchaba por la independencia, mientras en la más cercana Requena se velaban armas frente a unos carlistas extendidos por tierras de Cuenca. La junta de armamento y defensa requenense ordenó el 25 de agosto de 1873 inscribirse en los voluntarios de la libertad a los varones de 18 a 60 años. La ordenanza y reglamento de 18 de septiembre y 6 de noviembre, respectivamente, hacían obligatorio el servicio, bajo la pena de desafección.
El endurecimiento del régimen republicano bajo la presidencia de Castelar tampoco resultó balsámica. El 3 de enero de 1874 el general Pavía disolvió el parlamento, en el que se había votado como presidente de la República a Palanca (favorable al cantón de Málaga) frente al mismo Castelar. Pavía no asumió el poder, pero ni Castelar ni el alfonsino Cánovas del Castillo colaboraron. El oportunista general Serrano no tuvo empacho en formar un gobierno provisional, que acabó con el cantón de Cartagena, censuró con mayor fuerza la prensa y sustituyó el cuerpo de los voluntarios de la libertad por una milicia nacional muy poco operativa.
La prosecución de la guerra contra los carlistas obligó a encomendar al general Concha el mando de una división y a nombrar a Martínez Campos jefe de Estado Mayor. Los alfonsinos pensaron que cuando el primero tomara la capital carlista, Estella, se podría pronunciar a favor del hijo de Isabel II. Sin embargo, su muerte en la batalla de Abárzuza detuvo este movimiento. Martínez Campos pasó entonces al primer plano de las conspiraciones militares. Cánovas mantenía con los altos mandos unas relaciones difíciles, al disgustarle su protagonismo, y en el manifiesto de Sandhurst (1 de diciembre de 1874) quiso congraciar a Alfonso con el ejército. La difusión del manifiesto alentó la conspiración civilista frente a la militar.
Otro golpe de Estado.
Se rumoreó que Cánovas había entrado en contacto con los generales Jovellar, capitán general del ejército del Centro, y Fernando Primo de Rivera, capitán general de Madrid, cercanos a las ideas de la Gloriosa de 1868. Temeroso de verse desplazado, Martínez Campos pactó el pronunciamiento con el jefe de brigada Luis Dabán. El 29 de diciembre se levantaron en Sagunto, proclamando rey a Alfonso XII. El general Valmaseda también se sublevó en Ciudad Real, mientras Jovellar se apoderaba de Valencia. Serrano iba entonces de camino al Norte contra los carlistas y pensó oponerse a los sublevados. Sin embargo, gran parte de los mandos militares se inclinó por Alfonso XII. Serrano se exilió en Francia, y el ministro Sagasta entregó los poderes a Primo de Rivera, si bien la iniciativa pasó a Cánovas.
Requena ante el golpe.
Cercano geográficamente a tal tormenta política, el ayuntamiento de Requena reemprendió a inicios de 1875 su actividad pública, ciertamente complicada ante la gran cantidad de compromisos militares y tributarios asumidos con recursos muy limitados. El 2 de enero de 1875 se sentaban como concejales en su consistorio Juan Zanón, Agustín Ferrer, Ramón Palomares, Evaristo Laguna, Víctor Zanón, Antonio Miñano, Marcelino Lorente, Francisco Gadea, José Sierra, José Sánchez Monsalve, Antonio Francisco Ramos y Galo García, bajo la presidencia del alcalde Antonio Pérez Sánchez. Eran personas de fortuna e ideas liberales moderadas. El comienzo del nuevo año no resultó ser nada rutinario, pues se tuvo que convocar al día siguiente una sesión extraordinaria, a la que esta vez acudieron los concejales Salustiano García Ibáñez, Ramón María Herrero, Ceferino Gil y Agustín Milian, de simpatías alfonsinas. Entonces se dieron cuenta de las noticias de los boletines oficiales, como el extraordinario del 30 de diciembre de 1874 y el del 1 de enero de 1875, que se habían recibido el mismo día 2 de enero.
Se supo que el capitán general nombraba gobernador provincial a José Dabán y Tudó para guardar el orden. Era un veterano moderado isabelino, con cuarenta y tres años de servicio como administrador de hacienda. Más tarde, el 23 de febrero del 75, sería cesado por Alfonso XII, con la firma de Antonio Cánovas del Castillo, con satisfacción de su cumplimiento, siendo sustituido por el veterano Antonio Candalija. José era familiar del general de brigada Luis Dabán, tan importante en el pronunciamiento de Sagunto. Asimismo, también se dio cuenta del nombramiento del ministerio regencia de Cánovas, saludado en toda España por distintos mandos militares y círculos como el casino monárquico liberal de Zaragoza. En el mismo, tomaron parte políticos como el moderado isabelino Mariano Roca de Togores, marqués de Molins, en la cartera de Marina. Las ideas de orden público, autoridad militar y jerarquía social saltaban a la vista. El alcalde de Requena, en consonancia, se preció de mantener el orden: en la localidad no había habido ningún síntoma de oposición al nuevo gobierno.
Obedecer y vivir.
Como el depuesto gobierno anterior había nombrado al ayuntamiento, los munícipes pusieron prudentemente su cargo a disposición. Decían carecer de fuerza moral y llamaban a otras personas a ejercer la responsabilidad. Con independencia de las difíciles circunstancias, fue una pose. No tuvieron ningún rubor en acatar al nuevo gobierno nacional, que también ejerció con las garantías constitucionales suspendidas, tal y como se había hecho desde el 18 de julio de 1874. El régimen de excepción duró en España hasta la ley de 10 de enero de 1877, ya aprobada la constitución de 1876.
El 5 de enero todo siguió igual, y el 12 del mismo mes Antonio Cervera Royo pidió autorización para celebrar bailes de máscaras en el teatro. Se le concedió la petición. No era poco en aquel tiempo de restricciones que intentaba aparentar normalidad.
El estado de guerra y los inconvenientes vecinales.
El pertinaz estado de guerra amargaba la vida de las gentes de Requena. A pesar de su fama de liberal frente a los carlistas, más de uno se quejó de sus achaques. Por reumatismo, Marcelino Roda Blanco pidió no servir en la quinta compañía del segundo batallón de milicianos. Otro motivo de pesar vecinal fue el de las obras de fortificación de la localidad. A Francisca Montero Marzo se le tomó una cueva en la calle de San Cayetano, por la que debería de recibir la indemnización de 250 pesetas.
La autoridad militar no dejaba de tutelar al poder civil. El comandante de la plaza ordenó colocar la piedra de la constitución en la fachada consistorial. Se obligó al ayuntamiento a comprar doscientas camas para la tropa alojada en el antiguo convento del Carmen. Requena por entonces contaba con dos compañías del regimiento provincial de Albacete (de setenta hombres cada una) de guarnición, la contraguerilla de Llobera deslindada de las órdenes del comandante militar y veinte artilleros para servir diez piezas, unas fuerzas pagadas por el gobierno. Además, el ayuntamiento costeaba tres batallones, una compañía de artillería y una sección de caballería de la milicia nacional.
Bajo el motivo de las obras públicas, se impuso una verdadera disciplina militar al vecindario. Ante el mal estado de las calles, se acordó a instancias del alcalde la prestación personal de los vecinos. Cada uno cumpliría dos servicios y las sustituciones se cuantificaban en dos pesetas por bracero, tres por bracero con caballería menor, cuatro por bracero con caballería mayor, cinco con carro de una caballería y seis con carro de dos caballerías. Se haría por barrios y en los días festivos con la supervisión de comisiones dirigidas por los tenientes de alcalde de los distritos. Además, los que no tomaran parte en la milicia deberían realizar el servicio de peatones.
Las esperanzas se alejan.
Aunque el 14 de enero entró en Madrid un Alfonso XII que al final sería aclamado como el Pacificador, la paz se hizo esperar, y en aquel invierno se decretó una quinta de 70.000 hombres de 19 años. La ausencia teórica de carlistas en la liberal Requena no impidió algún que otro prófugo o la más morigerada presentación de recursos de exención por la atención de padres ancianos.
Ser soldado regular no era plato de gusto, pero tampoco ser miliciano. A 1 de marzo se convocó una reunión, a la que asistieron los comandantes de la milicia Antonio Vera y Felipe Mislata y su coronel Nicanor Sánchez, para tratar sobre las gratificaciones de cornetas y cabos. Recibirían mensualmente 3´75 y 5 pesetas respectivamente. La milicia perjudicaba la vida laboral de más de uno corto de haberes, y algunos llegaron a embargar sus armas y equipo. Con todo, la falta de cumplimiento de algunos vecinos no abrió la puerta a la inscripción de forasteros, salvo casos de urgente alarma.
El cansancio no sólo se hizo perceptible entre el miliciano de a pie, sino también en mandos como Antonio Vera, que solicitó en la primavera resignar la responsabilidad. A 6 de abril hubo quejas por falta de asistencia de algunos integrantes de la junta examinadora de cuentas de milicia y fortificación.
Todo pasa y todo llega.
Mientras la guerra contra los carlistas proseguía en el Norte, en el Centro el conflicto cedía. Si el 10 de abril se indicó a la diputación provincial la ausencia de carlistas en las inmediaciones del territorio requenense, el 5 de octubre cesaron de actuar los guardas de las puertas del casco urbano.
Los éxitos de las armas alfonsinas se acompañaron de parabienes oficiales del ayuntamiento. El 31 de agosto se felicitó a los generales Jovellar y Martínez Campos frente a carlistas, el 22 de febrero de 1876 al gobierno de Su Majestad por la terminación de la guerra civil, finalizada el 5 de aquel mes. Hasta febrero de 1878 se combatiría en Cuba, pero la finalización de las hostilidades en la Península resultó un verdadero alivio.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1875, nº. 2771.
